La comisión que investiga el 6 de enero ofrece un relato minuto a minuto de esa día en la Casa Blanca y un vídeo inédito en el que el expresidente afirma: “No quiero decir que la elección ha acabado”
Entre las 13:10 y las 16:27 del 6 de enero de 2021 pasaron 187 minutos. Poco más de tres horas. Minuto arriba o abajo, lo que dura El padrino. Como el tiempo es relativo, debió de resultar una eternidad para los agentes que estaban ese día defendiendo el Capitolio, especialmente para los 140 que resultaron heridos, y para los congresistas y senadores que habían acudido a certificar el triunfo electoral de Joe Biden y terminaron escondidos de la turba, temiendo por sus vidas. También, para el vicepresidente Mike Pence, que tuvo que ser evacuado dos veces mientras escuchaba a la muchedumbre pedir a gritos, tan cerca como a una docena de metros, que lo colgaran. Donald Trump, que había instigado a los suyos para que marcharan hacia la sede de la democracia estadounidense aún a sabiendas de que muchos de ellos iban armados, pasó esas tres horas, después de tratar de colocarse sin éxito a la cabeza de la manifestación, dedicado a tres de sus pasatiempos favoritos: ver Fox News en el comedor contiguo al Despacho Oval, tuitear y desoír los consejos de su círculo más cercano.
La comisión del Congreso que investiga aquellos hechos dedicó este jueves por la noche, en horario de máxima audiencia, 165 minutos a analizar minuciosamente aquellos 187 minutos durante la octava (y, de momento, última, hasta septiembre) de las sesiones en las que sus nueve miembros están compartiendo con el público los frutos de una investigación de un año y medio.
Demostraron que el aún presidente “decidió no actuar” durante ese tiempo para detener el asalto al Capitolio, pese a que fue consciente de la violencia desde el principio y a que fue testigo en directo a través de la televisión por cable del terror sembrado por sus seguidores. También probaron que sus familiares y colaboradores le imploraron que mandara a la gente de vuelta a casa, dado que él era “la única persona en el mundo con capacidad para eso”. Que echó “gasolina al fuego” sin parar e incitó con un tuit la ira contra su vicepresidente y que acabó el día dirigiéndose a los suyos con un discurso en el que se negó a leer el guion que le habían escrito. A cambio, les dijo. “Sois especiales. Os amo”.
El 7 de enero, grabó otro video, con la misma retórica inequívocamente trumpiana, de la que se sirve para surfear la realidad con medias verdades. El comité emitió por primera vez las tomas falsas de ese clip. En una de ellas, Trump está leyendo un discurso de una pantalla que ve a duras penas, cuando manda parar. “No”, dice, “no pienso decir eso. No quiero decir que la elección ha acabado”.
Con otra montaña de pruebas incriminatorias como esa, el comité demostró en definitiva que faltó a su deber como comandante en jefe e incurrió en una “suprema violación de su juramento constitucional” por el que estaba obligado a proteger la integridad del poder legislativo estadounidense. Hasta su yerno, Jared Kushner, estuvo de acuerdo en eso, como se pudo ver en una grabación emitida en la pantalla del salón del edificio del Congreso donde se celebran las sesiones.
Este jueves, la comisión volvía al horario de máxima audiencia, atención que habían reclamado solo una vez antes, en la audiencia inaugural. Así que a las 20:00, en mitad de la mayor expectación vivida hasta la fecha y con el salón lleno hasta los topes, Liz Cheney (Wyoming), una de los dos republicanos de un comité del que es vicepresidenta y que completan siete demócratas, dio por iniciada la sesión en ausencia del presidente, el demócrata Bennie Thompson (Misisipi), que el martes dio positivo por coronavirus y compareció brevemente en una pequeña pantalla al principio y al final. “Donald Trump optó por no responder a las súplicas del Congreso, de su propio partido y de todo el país para detener la violencia”, sentenció Cheney en su parlamento inaugural. “Se negó a defender nuestra nación y nuestra Constitución. Se negó a hacer lo que cualquier presidente estadounidense habría hecho”.
Los congresistas escogidos para llevar las riendas del interrogatorio fueron Elaine Luria, demócrata de Virginia, y Adam Kinzinger, republicano de Illinois, que ya las tomó durante la quinta sesión. Acaso no por casualidad, ambos son veteranos del Ejército (ella llegó comandante de la armada; él sirvió en la fuerza aérea), como otro de los protagonistas de la velada, Matthew Pottinger, exmarine. Los dos testigos que se ha guardado el comité para la última de las sesiones, que han seguido un guion propio de una serie, con sus ganchos estratégicamente colocados, eran, de nuevo, dos trabajadores de la confianza de Trump en los estertores de su mandato: Sarah Matthews, ayudante de la portavoz de la Casa Blanca, y el citado Pottinger, viceconsejero de Seguridad Nacional.
A ambos, que estaban aquel día en el Ala Oeste de la Casa Blanca, les une, además de ser “republicanos de toda la vida” y de haber demostrado repetidamente su lealtad al expresidente, la reacción a un tuit de Trump, una de las piezas claves del 6 de enero. Lo envió a las 14:24, en plena refriega (y lo borró a las 19:15, cuando todo había terminado). Decía: “[El vicepresidente] Mike Pence no tuvo el coraje de hacer lo que debería haber hecho para proteger nuestro país y nuestra Constitución, dando a los Estados la oportunidad de certificar un conjunto de hechos revisados, no los fraudulentos o inexactos que se les pidió que certificaran previamente. ¡Estados Unidos exige la verdad!”. A los dos testigos ese mensaje les bastó para convencerse de la obligación de dimitir para no ser cómplices de un golpe de Estado.
Guiados por los recuerdos de Pottinger y Matthews, el comité ofreció un minuto a minuto de lo que pasó aquel día en la Casa Blanca que puede resumirse a la manera de un directo de un encuentro deportivo:
13:21. Minuto 11. Trump está en el Despacho Oval, recién llegado de la Elipse, el recinto al Sur de la Casa Blanca en el que acaba de ofrecer el incendiario mitin para miles de sus seguidores llegados de todo el país que desató la violencia. Viene, como probaron nuevos testimonios, de discutir hasta llegar a las manos con su seguridad para que lo dejen marchar con los suyos. El comité aportó una foto de ese momento, en la que el aún presidente no ha tenido tiempo de quitarse el abrigo, pero ya sabe, según los testigos, que “la cosa se está yendo de madre”. Es la única foto del día, porque Trump ordena que no se le retrate a partir de ese momento, cosa rara en él. Tampoco hay rastro en los registros de la Casa Blanca de las llamadas que hizo ese día entre las entre las 11:17 y las 18:54. ¿Permaneció callado? Es poco probable (y además hay pruebas de que se comunicó con varios senadores republicanos). Trump pasó los 176 minutos siguientes en el comedor, siguiendo el espectáculo por televisión como un pirómano contempla el incendio que ha provocado.
13:49. Minuto 39. Mientras la policía declara oficialmente lo que está pasando en el Capitolio como una “revuelta”, Trump tuitea el fragmento del discurso previo en el que incita a las masas. ¿Llama a alguien, por ejemplo, en el Departamento de Seguridad Nacional, de Defensa o de Justicia, para intervenir en lo que está pasando u ofrecer su ayuda? Varios testigos coinciden en que no. Más o menos entonces empiezan las súplicas de los suyos, de su hija Ivanka Trump al consejero Pat Cipollone, para que mande a los insurrectos a casa. Trump “decide activamente no hacer nada”. En lugar de eso, se pone a llamar a un puñado de senadores republicanos; a esas alturas, aún seguía empeñado en que podían entorpecer el proceso de certificación de los votos electorales. Uno de ellos, Tommy Tuberville (Alabama) tuvo que dejarlo con la palabra en la boca para salir corriendo a refugiarse. Esa imagen fue uno de los gags de la noche. El otro llegó al contemplar a Josh Hawley (Misuri) saludar con el puño en alto a los manifestantes cuando llegaba al Capitolio y, a las pocas horas, verlo corriendo por los pasillos como alma que llevaba el diablo para ponerse a salvo de los insurrectos a los que antes había animado.
14:24. Minuto 74. Llega el tuit de Mike Pence, que surte un efecto inmediato en la turba en el Capitolio. Sarah Matthews, que demostró en su testimonio un aplomo inoxidable e ingresó este jueves en la galería de memorables personajes de estas audiencias, explicó al comité que, como participante en la campaña para la reelección de Trump, recorrió “todo el país con él”, lo suficiente para saber el enorme impacto que sus palabras tienen en cierta gente. “Tuitear eso fue echar gasolina al fuego”, sentenció. En calidad de exempleada del gabinete de comunicación, le preguntaron cuánto habría tardado Trump en grabar un video para calmar a sus seguidores si hubiese escogido en ese momento hacerlo desde la sala de prensa del complejo, “con un equipo de televisión listo las 24 horas”. Esta respondió: “Unos 60 segundos”. Trump tardaría aún casi dos horas en registrar y enviar su mensaje apaciguador, y lo haría finalmente desde el Jardín de Rosas de la Casa Blanca.
14:38 Minuto 88. Nuevo post de Trump en Twitter, red social en la que al final de ese día le habían suspendido la cuenta. Decía: “Por favor, apoyad a nuestra policía del Capitolio y a las fuerzas del orden. Están verdaderamente del lado de nuestro país. ¡Seguid pacíficamente!”. El tuit llegó 20 minutos después de que el presidente supiera por el directo de Fox News que sus partidarios ya habían empezado a romper las ventanas y había comenzado la evacuación de los legisladores. Este jueves se supo que se resistió todo lo que pudo a emplear la palabra “pacíficamente” y que solo lo hizo presionado por su hija Ivanka. En videos aportados por el comité se escuchó a miembros de la milicia de extrema derecha Proud Boys interpretar ese tuit de la siguiente manera: “Dice que cuidemos a los agentes, ¡pero no dice que no podamos hacer daño a los congresistas”, a los que les llaman “hijos de puta”. Un testigo que prefirió mantenerse en el anonimato y declaró con la voz alterada, explicó que miembros del equipo de seguridad de Pence temieron aquel día “por sus vidas” y que llamaron a sus familias “para despedirse”.
15:11. Minuto 121. Trump habla con Kevin McCarthy, líder de los republicanos en la Cámara de Representantes y le pide que haga algo por detener la violencia. Trump responde: “Bueno, supongo que están más cabreados por el robo electoral que tú”. Desesperado, McCarthy llama a la hija y al yerno del presidente para pedir ayuda. Trump aún tardaría casi una hora en mover un dedo.
16:07. Minuto 187. Desde el Jardín de Rosas de la Casa Blanca, el mandatario graba el famoso mensaje en el que dice aquello de: “Sois especiales. Os amo”. El comité mostró videos de los insurrectos en los que se ve a algunos de ellos, como al chamán de QAnon, que se convirtió en el símbolo de la revuelta con sus cuernos de bisonte y el pecho descubierto, gritar ayudado por un megáfono que el presidente les está pidiendo que lo dejen. Entonces, Trump da por terminado el día, y lo último que le dice a uno de sus colaboradores antes de retirarse es: “Mike Pence me ha defraudado”. Todavía tuvo tiempo de otro tuit, pasadas las 18:00: “Esto es lo que pasa cuando una sagrada victoria aplastante es arrebatada sin ceremonias y con saña de las manos de grandes patriotas tratados mal e injustamente durante tanto tiempo. Idos a casa con amor y en paz”. Uno de sus ayudantes dijo que los trabajadores de la Casa Blanca se sintieron “emocionalmente agotados” después de eso. Se escucharon también críticas a la tibieza de los mensajes.
Después de eso, la violencia no paró inmediatamente. El comité aportó metraje inédito de una reunión en un despacho sin atributos del Capitolio celebrada a las 16:15 entre los líderes de ambos partidos, Chuck Shummer (demócrata) y Mitch McConnell (republicano), con la presencia de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
Se los veía hablando por teléfono con el altavoz puesto con el secretario de Defensa en funciones, Christopher Miller, para preguntarle cuánto creía que sería razonable esperar para poder salir de sus escondites, una vez el edificio estuviera completamente asegurado. Algunos de los agentes presentes sobre el terreno les habían hablado de “cuatro o cinco días”. Miller les dijo que creía que serían más bien “cuatro o cinco horas”. Bien entrada la noche, pudieron retomar el trámite y confirmaron el triunfo de Biden. Muchos de esos influyentes republicanos aprovecharon esas horas para cargar contra la conducta de Trump durante ese aciago día. Son los mismos que ahora prefieren callar ante el secuestro al que el expresidente tiene sometido al partido conservador.
Al término de la sesión , llegaron los apasionados discursos de los congresistas Luria y Kinzinger, que echó mano de las palabras reservadas a las grandes ocasiones: “Nosotros, el Pueblo”, dijo, “debemos exigir más de nuestros políticos en nosotros mismos. Los juramentos importan, el carácter importa, la verdad importa. Si no renovamos nuestra fe y compromiso con estos principios, este gran experimento nuestro, este faro brillante en una colina, se apagará”.
La última palabra le quedó a Cheney, a la que el azar del coronavirus de Thompson le ha permitido coronar de la mejor manera posible un mes y medio que la ha colocado en el centro de los focos de unas sesiones históricas, la ha convertido en la archienemiga del trumpismo y muy probablemente le pasará factura en las primarias de Wyoming, su Estado, del 16 de agosto. Se despidió citando a Margaret Thatcher y preguntándose: “¿Se le puede volver a confiar un puesto de autoridad en nuestra gran nación a un presidente que está dispuesto a tomar las decisiones que tomó Donald Trump durante la violencia del 6 de enero?”. Ocho largas sesiones después, está claro que este comité ya han decidido cuál es su respuesta a esa pregunta. Está por ver qué opina ese “pueblo estadounidense” al que se han dirigido durante este tiempo en horario de máxima audiencia.
Mike Pence y el futuro de la vicepresidencia
Esta semana, un grupo de senadores de ambos partidos (cosa rara en los tiempos que corren en Washington) ha llegado a un acuerdo para avanzar en un cambio legislativo que aclare el papel de un vicepresidente en la transferencia de poder presidencial.
Donald Trump y los suyos trataron de explotar en los meses que siguieron a la cita de noviembre de 2020 la confusa redacción de una ley de 1887 para presionar al entonces vicepresidente, Mike Pence, para que bloqueara la certificación de las elecciones de 2020. La ley en proceso, que se prevé que esté lista para finales de año, serviría para degradar a meramente simbólico el papel del segundo de a bordo en el recuento de votos electorales, y endurecería los requisitos para que un miembro del Congreso pueda impugnar un resultado.
Pence ha tomado un inesperado protagonismo durante las sesiones de la comisión del 6 de enero, lo que ha elevado las apuestas en torno a sus perspectivas de una posible carrera presidencial en 2024.